Melodías que acercan a Dios (9/21): «El oboe de Gabriel»

Artículo publicado en revista RIE de septiembre de 2021

Música de Dios para quien quiera escucharla

No se me va de la cabeza esta música y creo que debo compartirla con vosotros porque lleva mucho mensaje. Pero es algo especial, se trata de la banda sonora de una película, especialmente una sola melodía, una escena. No os voy a recomendar la película porque tiene momentos violentos y duros, así que no es apropiada para niños, pero os contaré ese fragmento como un cuento y cuando seáis mayores podréis disfrutar de la película igual, pues este trozo va prácticamente al principio y no os destripo nada.


La música a la que me refiero es «El oboe de Gabriel»; la película, «La Misión»; y su autor, Ennio Morricone. Ennio es un grandísimo compositor y director de orquesta. Leo que ha compuesto bandas sonoras para más de quinientas películas y series, y que ha recibido muchos importantes premios.

Nació en Roma en 1928 y allí murió el año pasado. Estudió música desde muy pequeño, demostrando pronto ser muy bueno en ello. Tiene un estilo que llama la atención por incluir instrumentos poco convencionales y estoy seguro de que conocéis su música aunque no hayáis visto las obras audiovisuales para las que las compuso. La habréis oído en anuncios original o versionada.

Incluso en bandas sonoras que no son suyas encontramos fácilmente su estilo que ha sido tantas veces imitado, por ejemplo, cuando hay una situación como de peli del oeste, con caballos o duelos. Y es que poniendo música a las películas del oeste del director Sergio Leone, los llamados spaguetti western, la convirtió en el sonido que más asociado tenemos a esas escenas.

«La Misión»
Como os decía, este tema pertenece a una estupenda película del año 1986 llamada «La Misión». En ella, una misión fundada por el padre jesuita Gabriel, en la que los guaraníes aún están a salvo de las amenazas europeas, peligra debido a las tensiones entre España y Portugal. Toda la historia es contada en retrospectiva por un cardenal redactando una carta para el papa, que lo ha enviado para arbitrar en el conflicto… o puede que las decisiones estén ya tomadas.

Aparecen varios temas que me parecen súper interesantes… pero no para todas las edades. A cambio me quedo con uno que sí que vale para mayores y pequeños, que relaciona música y fe, cómo se parecen y se acompañan, y cómo se comparten.

Así que el padre Gabriel, nuestro protagonista, es un misionero en Sudamérica en el año 1750 y llega para sustituir a otro que ha muerto a manos de los indígenas guaraníes en la zona que hay sobre las cataratas de Iguazú. Deja a sus hermanos jesuitas al pie de estas cataratas y escala solo hacia la parte superior con un mínimo equipaje.

Gabriel y su oboe
En la película escucharemos dos versiones de «El oboe de Gabriel» («Gabriel’s oboe»). Una tiene instrumentación orquestal muy completa y en Internet la podemos encontrar en diferentes interpretaciones. Las cuerdas hacen que suene grandioso, majestuoso. Pero, eso sí, aunque tenga toda la orquesta detrás, el protagonismo recae en el oboe solista que toca esa melodía que resulta tan especial por lo contrario: por su sencillez. Es algo que enseguida podemos silbar o tararear, pero que combinado con el timbre del oboe transmite mucho, transmite más que las palabras.

La otra versión es la del fragmento original del film en el que suena por primera vez, quizá no tan hermoso, pero le da sentido a la otra y hace que se convierta en el tema de ese personaje en particular y de los jesuitas en general.

Esa parte de la película no es especialmente dura, pero sí que asusta un poco. Os cuento: Gabriel está en medio de la selva, en algún lugar, sobre las cataratas. Saca un instrumento musical, su oboe, y se pone a tocar una melodía. Lo está tocando allí mismo, así que en este caso no hay acompañamiento, ni suena como en una sala de conciertos… incluso titubea con las notas, comete algún error… ¡pero aun así suena tan bonito! Al poco rato lo vemos rodeado de los guerreros indígenas, algunos de aspecto realmente feroz y todos ellos armados. Situación de gran tensión. Él, asustado, para, ¡pero le piden que continúe!, y él comienza de nuevo. Todos le observan, los más atrevidos se acercan mucho a él, curiosos. Además de la curiosidad algunas expresiones reflejan aprecio por la música, escuchan con atención… pero uno de los guerreros, quizá el jefe, sin duda alguien mayor e importante, se acerca a Gabriel, le habla con enfado, le rompe el oboe y lo tira al agua.

Mucho suspense
Ahora se pone interesante la cosa: en primer lugar, no le hacen nada más, que ya es un logro, pero es que incluso hay otro guerrero que recoge los dos trozos y muestra que lo quiere recomponer, se da a entender que le piden que vaya con ellos para tratar de arreglarlo juntos. Ahora, mientras se van todos, suena la versión de orquesta. La peli da un salto en el tiempo y vemos las familias, ya no solo los guerreros, mirando unas imágenes de santa María con el Niño Jesús y a Gabriel tocando cerca con su oboe toscamente reparado. Se entiende que gracias a la música, Gabriel conectó con ellos, consiguió que le aceptasen y no le vieran como una amenaza y un extraño, e incluso pensasen que podía tener cosas interesantes que contar, cosas bellas que mostrar. Se oye al narrador, diciendo algo parecido a esto: «con una orquesta, los jesuitas habrían dominado el continente entero. Así los guaraníes fueron llevados finalmente a conocer la eterna misericordia de Dios… y la corta misericordia de los hombres».

Te ofrezco algo grande
Gabriel llevaba la música como algo valioso para compartir, algo bello que comunicar. La fe era el otro regalo que llevaba. Los guaraníes recelaban de los europeos que aparecían por allí, y con razón pues demasiadas veces llevaban malas intenciones, pero él demostró con hechos que no iba a quitarles nada sino a ofrecerles lo que tenía.

Me parece que sirve muy bien para reflexionar sobre cómo mostramos el Evangelio. Deberíamos poder decir lo mismo que con una bella melodía: «mira qué bien suena esto». Pero a nadie se le ocurrirá que la manera natural de mostrar la música sea enseñando la partitura, hay que hacerla sonido y el Evangelio hay que hacerlo vida. Ay, ¿y cuando mi vida no lo refleja como debería?: «mira, soy un mal intérprete pero ¿te haces una idea de cómo puede sonar?». Tan solo espero no ser tan malo que no se reconozca tan bella composición.

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